- ISBN: 978-8490663196
El 6 de septiembre de 2016 salió publicada Patria la última novela de Fernando Aramburu. El libro es un centenar de capítulos breves, como cuentos, es una novela extensa que abarca 40 años de fascistización de una sociedad cerrada y recelosa y otros tantos de degradación moral de las instituciones del Estado. Allí está todo: el mundo de la lucha armada y el encarcelamiento de sus héroes, la hipócrita y cruel ocultación de sus víctimas, la constitución de una mentalidad de “pueblo elegido” y perseguido, el bochornoso papel de la Iglesia católica y sus imanes parroquiales, la diaria y sistemática práctica de división de una comunidad en buenos y malos. Aramburu ha retratado las dos caras de una sociedad arcaica y patriarcal que ha preservado los valores de unidad familiar (es significativo que castellanohablantes y euskaldunes usen la misma nomenclatura vasca de la jerarquía familiar: amona, aita, ama, osaba…) y donde la cuadrilla es el instrumento de socialización de adolescentes y jóvenes. Y queda claro que la misma mentalidad que sustenta una gran cohesión social ha sido el caldo de cultivo natural de la justificación de la violencia y del ejercicio del acoso fascista al sospechoso (pintadas manifestaciones, culto a los retratos de los héroes).
Por eso Patria es la historia de dos familias que han sido inmemorialmente amigas y a las que ha enfrentado el “conflicto”. Y cuya historia paralela es la errática, aunque decidida, búsqueda de un perdón que unos han de pedir a los otros y que al final llega. No sabemos sus apellidos familiares, sino solo los nombres de pila. Gobiernan a las familias dos etxekoandreak (amas de casa), Miren y Bittori, que dominan a dos maridos —el Txato, la víctima mortal de un atentado terrorista, y Joxian, torpe, cobarde y sentimental— y a los cinco hijos que encarnan toda la gama de biografías de una sociedad que ha ido pasando de la vida pueblerina a la propia de una clase media semiurbana. Hay un médico, lúcido y algo reservón, Xabier; un escritor en euskera que acepta su homosexualidad, Gorka; un terrorista que purga su culpa, Joxe Mari. Y dos mujeres que, en el fondo, heredan —cada cual a su modo— la resistencia, el empeño y el fracaso de sus madres: Nerea, la aparentemente errática y egoísta pero que crece moralmente con el paso de las páginas, y Arantxa, la marcada por su mala suerte y a la que un ictus convierte en una inválida. Fernando Aramburu nos ha querido reflejar como la sociedad vasca ha ido influenciando y modelando a cada uno de estos personajes.
Reseña del Editor.
El día en que ETA anuncia el abandono de las armas, Bittori se dirige al cementerio para contarle a la tumba de su marido el Txato, asesinado por los terroristas, que ha decidido volver a la casa donde vivieron. ¿Podrá convivir con quienes la acosaron antes y después del atentado que trastocó su vida y la de su familia? ¿Podrá saber quién fue el encapuchado que un día lluvioso mató a su marido, cuando volvía de su empresa de transportes? Por más que llegue a escondidas, la presencia de Bittori alterará la falsa tranquilidad del pueblo, sobre todo de su vecina Miren, amiga íntima en otro tiempo, y madre de Joxe Mari, un terrorista encarcelado y sospechoso de los peores temores de Bittori. ¿Qué pasó entre esas dos mujeres? ¿Qué ha envenenado la vida de sus hijos y sus maridos tan unidos en el pasado? Con sus desgarros disimulados y sus convicciones inquebrantables, con sus heridas y sus valentías, la historia incandescente de sus vidas antes y después del cráter que fue la muerte del Txato, nos habla de la imposibilidad de olvidar y de la necesidad de perdón en una comunidad rota por el fanatismo político.
Fragmento de la novela.
1
Tacones sobre el parqué
Ahí va la pobre, a romperse en él. Lo mismo que se rompe una ola en las rocas. Un poco de espuma y adiós. ¿No ve que ni siquiera se toma la molestia de abrirle la puerta? Sometida, más que sometida.
Y esos zapatos de tacón y esos labios rojos a sus cuarenta y cinco años, ¿para qué? Con tu categoría, hija, con tu posición y tus estudios, ¿qué te lleva a comportarte como una adolescente? Si el aita levantara la cabeza…
En el momento de subir al coche, Nerea dirigió la vista hacia la ventana tras cuyo visillo supuso que su madre, como de costumbre, estaría observándola. Y sí, aunque ella no pudiese verla desde la calle, Bittori la estaba mirando con pena y con el entrecejo arrugado, y hablaba a solas y susurró diciendo ahí va la pobre, de adorno de ese vanidoso a quien nunca se le ha pasado por la cabeza hacer feliz a nadie. ¿No se da cuenta de que una mujer ha de estar muy desesperada para tratar de seducir a su marido después de doce años de matrimonio? En el fondo es mejor que no hayan tenido descendencia.
Nerea agitó brevemente la mano en señal de despedida antes de meterse dentro del taxi. Su madre, en el tercer piso, oculta tras el visillo, desvió la mirada. Se veía una amplia franja de mar por encima de los tejados, el faro de la isla de Santa Clara, nubes tenues a lo lejos. La mujer del tiempo había anunciado sol. Y ella, ay, qué vieja me estoy haciendo, volvió a mirar la calle y el taxi ya se había perdido de vista.
Buscó a continuación, más allá de los tejados, más allá de la isla y de la línea azul del horizonte, y más allá de las nubes remotas y aún más allá, en el pasado perdido para siempre, escenas de la boda de su hija. Y la vio de nuevo en la catedral del Buen Pastor, vestida de blanco, con su ramo de flores y su excesiva felicidad, y así mirándola a la salida, tan esbelta, tan sonriente, tan guapa, le vino un mal presentimiento. De noche, cuando volvió sola a su casa, estuvo a dos dedos de sentarse ante la foto del Txato y confesarle sus temores; pero le dolía la cabeza y además el Txato, en cuestiones familiares, aún más tratándose de su hija, tenía la costumbre de ponerse sentimental. Era de lágrima fácil aquel hombre, y aunque las fotos no lloran, yo ya me entiendo.
Los tacones eran para despertarle el apetito a Quique, no precisamente el que se sacia comiendo. Toc, toc, toc, los había oído un rato antes puntear sobre el parqué. A ver si va a llenármelo de agujeros. Por la paz de casa, no se lo reprochó. Sólo iban a estar un rato. Habían venido a despedirse. Y a él, a las nueve de la mañana, ya le olía la boca a whisky o a una bebida de esas con las que comercia.
—Ama, ¿seguro que te las arreglarás sola?
—¿Por qué no vais en autobús al aeropuerto? El taxi de aquí a Bilbao os va a costar un dineral.
Él:
—No te preocupes por eso.
Las maletas, la incomodidad, la lentitud, alegó.
—Sí, pero vais con tiempo, ¿no?
—Ama, no insistas. Está decidido que iremos en taxi. Es lo más cómodo.
Quique empezaba a impacientarse.
—Es lo único cómodo.
Añadió que se iba a fumar un cigarrillo a la calle mientras habláis. Olía fuerte a perfume ese hombre. Pero la boca le huele a bebida y no son más que las nueve de la mañana. Se despidió mirándose la cara en el espejo del recibidor. Presumido.
Y después, ¿autoritario, cordial pero seco?, a Nerea:
—No tardes.
Cinco minutos, le prometió. Luego resultaron quince. A solas, a su madre: que aquel viaje a Londres significaba mucho para ella.
—Me cuesta imaginar que pintes algo en las conversaciones de tu marido con los clientes. ¿O es que sin decirme nada te has puesto a trabajar en su empresa?
—En Londres voy a hacer un serio intento por salvar nuestro matrimonio.
—¿Otro intento?
—El último.
—Y esta vez, ¿cuál será la táctica? ¿Te quedarás a su lado para que no te la pegue con la primera que le salga al paso?
—Ama, por favor. No me lo pongas más difícil.
—Estás muy guapa. ¿Has cambiado de peluquería?
—Sigo yendo a la misma.
Nerea bajó de pronto el tono de voz. A los primeros bisbiseos su madre se volvió a mirar hacia la puerta de la vivienda, como si temiera que algún extraño las estuviese espiando. No, nada, que habían desechado la idea de adoptar un bebé. Tanto que decían. Que si un chino, un ruso, un morenito. Que si chica o chico. Nerea no había perdido la ilusión, pero Quique se había echado atrás. Él quiere un hijo propio, carne de su carne.
Bittori:
—¿Le da ahora por hablar como en la Biblia?
—Se cree moderno, pero es más tradicional que el arroz con leche.
Nerea se había informado por su cuenta de los trámites para solicitar la adopción y, sí, cumplían todos los requisitos. El dinero no suponía impedimento. Estaba dispuesta a viajar hasta la otra punta del mundo y a ser por fin madre aunque no hubiese dado a luz a la criatura. Pero Quique había zanjado la conversación con brusquedad. Que no y que no.
—Un poco insensible el muchacho, ¿no crees?
—Desea un varoncito suyo, que se le parezca, que juegue algún día en la Real. Está obsesionado, ama. Y lo va a tener.¡Uf, cuando se empeña en algo! No sé con quién. Con alguna que se preste. No me lo preguntes. No tengo ni idea. Alquilará un vientre pagando lo que haya que pagar. Lo que es por mí, le ayudaría a encontrar una mujer sana que le cumpla el antojo.
—Estás chalada.
—Aún no se lo he contado. Supongo que estos días, en Londres, habrá ocasión. Lo he pensado bien. No tengo ningún derecho a exigirle que sea infeliz.
Rozaron mejillas junto a la puerta de la vivienda. Bittori: que sí, que se arreglaría sola, que buen viaje. Nerea, desde el rellano, mientras esperaba la llegada del ascensor, dijo algo sobre la mala suerte, pero que no debemos renunciar a la alegría. Después sugirió a su madre que cambiara de felpudo.
Espero vuestros comentarios y opiniones.
Ada Rodriguez dice
«un libro una historia», patria que más me gustó.
estela dice
Hola.
Primero agradecerte tu comentario y participación y segundo, animarte con la lectura de esta novela y que nos hagas participes de tu opinión cuando lo hayas hecho.
Saludos.