- ISBN: 978-8408158677
Mi Recuerdo es Mas Fuerte que Tu Olvido que ha recibido El Premio de Novela Fernando Lara 2016 ha salido publicado el pasado 7 de julio.
Mi Recuerdo es Mas Fuerte que Tu Olvido es la nueva novela de la autora de La sonata del silencio, una novela emocional que va a atrapar la atención del lector, desde principio a fin de sus páginas. La protagonista de la novela es Carlota, juez de éxito, muy respetada y con una vida independiente. A los doce años recibió de su madre un importantísimo secreto que hizo que su vida ya nunca fuera igual. La palabra «bastarda» fue, desde entonces, un verdadero estigma para ella. Décadas después, al recibir una llamada de su padre moribundo, en su mente se agolparán las ideas y la indecisión de si es mejor huir, o saber qué cosas ocurrieron en la familia.
Mi Recuerdo es Mas Fuerte que Tu Olvido es una novela de intriga creciente, en la que los amores, los desamores y los secretos de familia tienen un protagonismo esencial. La asfixia que la familia supone en ocasiones, los engaños, el perdón y el maltrato de género aparecen en una narración magníficamente hilada. Paloma Sánchez-Garnica nos habla también de las familias de la alta sociedad en la España de los años 50 y de las infidelidades y la hipocresía. De las apariencias, y del sufrimiento de la mujer hasta el punto incluso de distanciar a madres e hijas.
Fragmento de la novela:
En aquel tiempo, Carlota tenía el pleno convencimiento de que todos los padres se ausentaban de su casa reclamados por imperiosas obligaciones. Pensaba que todas las familias eran iguales, que los papás no solían dormir en casa y que las mamás siempre estaban solas al cuidado de los hijos. Su vida transcurría en aquella normalidad conformada, admitiendo la alternancia de la escasa presencia paterna con los momentos, esporádicos pero suficientes para ella, en los que le regalaba su compañía. En su limitado fuero infantil, todo en apariencia era perfecto. Formaban una familia feliz como cualquier otra. Cuando el trabajo se lo permitía, su padre comía con ellas. Pocas veces iba por la tarde, siempre antes de la cena. Si llegaba a sentarse a la mesa, apenas probaba bocado, ni siquiera se le ponía el cubierto. Tenía que marcharse porque debía ir a dormir con la abuela Carmen, su madre, que estaba muy enferma y muy mayor, y necesitaba de sus cuidados y su cariño; y antes de irse le daba un beso y la llamaba Lucero, su Lucero, y Carlota se conformaba y pensaba entonces que su padre era el más bueno del mundo, porque no sólo cuidaba de ellas, sino también de su pobre madre anciana. En cuanto se quedaban solas, su madre la enviaba a la cama con el fin de poder abandonarse a la severa soledad en la que quedaba, una soledad inadvertida para Carlota, amortiguada en sus sueños, a pesar de que fueron muchas las noches en las que se había quedado dormida al arrullo de los maternos llantos ahogados. Lo cierto es que, durante aquellos años, Carlota había visto llorar mucho a su madre. Nunca le preguntó el porqué de sus lágrimas, y si alguna vez lo hizo le fue negado de inmediato, secándoselas con rapidez, como si con ese gesto pretendiera hacer desaparecer la evidencia ante los ingenuos ojos de una niña, algo que en su candor infantil no quería o no podía ver.
Tuvieron que pasar varios años para que Carlota llegase a comprender que no se había equivocado, que aquel hombre que había visto era realmente su padre y que la mujer que le acompañaba era su esposa, y por tanto entendió que su madre no podía serlo, y que la niña que paseaban en el ostentoso carrito era hija de aquel matrimonio, Julia Balmaseda, una hija legítima, no como ella, convertida en ilegítima, un ser espurio merecedor del rechazo o, peor aún, de lástima o compasión. Y también entendió por qué su apellido, Molina, era el mismo de su madre y no el paterno, Balmaseda, hasta que su madre se decidió a inscribir un apellido común con la intención de disimular el oprobio derivado de su soltería sobre la pobre niña, y desde entonces pasó a llamarse López Molina, aunque ella nunca lo utilizó después, ya de mayor y consciente de su condición de bastarda, si no era para algo oficial.
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