La Leyenda de las Dos Piratas de María Vila nos situa en el Londres de 1579. Nuestras protagonistas dos jóvenes aristócratas: la futura condesa Inés Braukings y la princesa bastarda Victoria Dudley. A las dos amigas las espera un futuro, que por su estatus social, les garantiza una vida fácil y acomodada, pero ambas se revelan contra este futuro y escapan en busca de libertad.
Para huir de esta vida se embarcarán en El Miguel, un barco pirata que capitanea el hábil y frío Miguel Saavedra, amigo personal de la reina Isabel, la cual no sospecha de las actividades criminales del español. Cuando la relación con el capitán y su tripulación pirata comienza a complicarse, Inés y Victoria se ven obligadas a alejarse y fletar, con ayuda de la letal y audaz Shatidje, su propio navío.
La leyenda de las dos piratas es una novela muy entretenida que nos promete pasar unos buenos ratos estas vacaciones, un libro de aventuras, de duelos al atardecer, de amores imposibles, de intrigas y muertes, de amistades inquebrantables, en un tiempo en que solo el honor lograba dar sentido a la vida.
Fragmento de la novela:
Era joven, demasiado para ser capitán, puesto que Inés calculó que no tendría mucho más de dieciocho inviernos. Alto, pelo castaño, ojos claros. Tenía una voz fría y seca, y no había el menor rastro de acento extranjero en su inglés. Era atractivo, pero los cuentos, como siempre, exageraban.
—Soy el encargado de velar por la seguridad de estos puertos y de estas costas y tengo permiso de Su Majestad…
—Sé quién sois, Braukings —interrumpió el español—. No hace falta que alardeéis de ello ante toda esta comitiva. Solo os pido una excusa medianamente razonable. No hay vez que no atraquemos en Londres y no me estén esperando vuestros hombres.
—Debo asegurarme de… —Sigfried se contuvo, midiendo sus palabras.
—¿De qué? Decidlo, pardiez. Sabéis la calidad en que me tiene la reina, y no creo que le plazca saber el trato que recibo de vuestra parte. Si queréis acusarme de algo hacedlo abiertamente, pero no andéis haciéndome perder mi tiempo.
Sí, el conde sabía el aprecio que sentía la reina Isabel por aquel engreído, y esa era la única razón por la cual no le había echado el guante con anterioridad. Necesitaba pruebas fehacientes para poder acusarlo ante Su Majestad, para que la reina viera a qué clase de hombres protegía. Sin pruebas no le quedaba más remedio que agachar la cabeza. Pero el orgullo de Miguel solo se podía tratar de una forma, y esa era con más orgullo.
—Capitán Saavedra, ¿estáis negándoos a que registremos vuestro barco?
El joven sonrió, dejando entrever unos dientes tan blancos como las velas de su navío.
—No, conde de Frieson, no. Por supuesto que no —contestó divertido—. Soy mitad español, como a vuesa merced le gusta recordar como si así fuera a insultarme, mas observad que, como tal, soy mucho más caballero que vos.
Se giró a los marineros que esperaban en su bote y les ordenó que permitieran a los hombres de Braukings subir a bordo.
A continuación se dirigió de nuevo al conde.
—No tengo nada que ocultar —dijo—. Y ahora, si me disculpáis, me espera Su Majestad.
Con dos largas zancadas Miguel se abrió paso entre el corro que se había formado a su alrededor, con el rubí oculto en su pecho y sin más escolta ni compañía que su espada toledana, que asomaba entre su capa a cada paso.
Inés aprovechó para alejarse de allí antes de que su padre pudiera descubrirla y corrió de nuevo por los charcos del puerto con la firme idea de llegar al palacio King John’s Barn a tiempo de presenciar la entrevista. Con las prisas tropezó un par de veces. La primera aterrizó en una caja de sardinas. La segunda en un charco de cieno. Pero no se detuvo. Se metió entre las callejuelas más oscuras y malolientes con el fin de atajar. Siguió corriendo hasta que las piernas comenzaron a dolerle y se volvió, consciente de que Miguel habría tomado un coche y de que así no llegaría jamás. Entonces se detuvo a tomar aliento. Se dio una serie de palmadas nerviosas en el muslo y por fin se decidió.[…]
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