- ISBN: 978-8408161806
El escritor Paulo Coelho publicó el pasado martes 4 de octubre La Espía, un recorrido novelado en primera persona sobre la vida de la famosa espía Mata Hari a través de su última carta, que fue escrita la semana anterior a su muerte.
Desde prisión, Mata Hari revela las decisiones que tomó en busca de su propia verdad, desde su infancia en un pequeño pueblo holandés hasta sus desgraciados días como esposa de un diplomático alcohólico en Java y su calculado ascenso hasta convertirse en una celebridad en Francia.
Durante el período de escritura de La espía, Coelho tuvo acceso a los archivos sobre Mata Hari del M15 en Reino Unido, Alemania y Holanda. Según el autor «Mata Hari fue una de nuestras primera feministas, desafió las exigencias de los hombres de ese tiempo y escogió una vida independiente y excepcional.
«No sé si en el futuro se me recordará, pero si así fuera, que nadie me vea como a una víctima, sino como a alguien que nunca dejó de luchar con valentía y pagó el precio que le tocó pagar», podría haber dicho Mata Hari sin imaginar siquiera que acabaría convirtiéndose en una leyenda. Cuando falta muy poco para que se cumpla el centenario de su muerte, Paulo Coelho ahonda de forma magistral en la vida de una de las mujeres más fascinantes y desconocidas de la Historia. Sensual, fuerte y contradictoria, Mata Hari se ha convertido en un icono por enfrentarse a los cánones de su época y luchar por ser «una mujer independiente y libre en un mundo convulso».
La exótica Java, el efervescente París de la Belle Époque y el Berlín de la Primera Guerra Mundial son los escenarios en los que esta inolvidable luchadora defendió sus sueños haciendo bandera de las palabras que de pequeña le repetía su madre: «Hasta los árboles más altos proceden de semillas pequeñas».
Así empieza la novela. Fragmento:
Estimado señor Clunet:
No sé qué ocurrirá a finales de esta semana. Siempre he sido una mujer optimista, pero el paso del tiempo me está convirtiendo en una persona amargada, solitaria y triste.
Si todo va como yo espero, nunca recibirá usted esta carta. Me habrán perdonado. Al fin y al cabo, a lo largo de mi vida he ido cultivando la amistad de amigos influyentes. La guardaré y se la daré algún día a mi única hija para que descubra quién fue su madre.
Pero, si me equivoco, no tengo muchas esperanzas de que estas páginas, a las que he dedicado mi última semana de vida sobre la faz de la Tierra, lleguen a conservarse. Siempre he sido una mujer realista, y sé que un abogado, cuando un caso está cerrado, se pone con el siguiente sin mirar atrás.
Ya me imagino la situación; es usted un hombre ocupado que se ha ganado cierta fama defendiendo a una criminal de guerra. Mucha gente estará llamando a su puerta para solicitar sus servicios; a pesar de la derrota, ha conseguido una gran publicidad. Habrá periodistas interesados en conocer su versión de los hechos, frecuentará los restaurantes más caros de la ciudad y sus colegas lo tratarán con respeto y envidia. Sabe que nunca ha habido ninguna prueba material contra mí, sólo ciertos documentos previamente manipulados; pero nunca podrá admitir en público que dejó morir a una inocente.
¿Inocente? Tal vez no sea ésa la palabra exacta. Nunca he sido inocente, desde que llegué a esta ciudad que tanto amo. Creí que podría manipular a los que querían secretos de Estado, creí que los alemanes, los franceses, los ingleses, los españoles jamás se me podrían resistir, pero fui yo la manipulada. Me libré de crímenes que cometí, aunque el más grave de todos fue ser una mujer emancipada e independiente en un mundo gobernado por hombres. Me condenaron a pesar de que lo único que conseguí fue enterarme de chismes en los salones de la alta sociedad.
Sí, convertí esos chismes en «secretos» porque quería dinero y poder. Pero todos los que hoy me acusan sabían que no contaba nada nuevo.
Es una pena que nadie llegue a saberlo nunca. Estos sobres acabarán en algún lugar, como un archivo lleno de polvo, con otros expedientes, de donde no saldrán hasta que su sucesor, o el sucesor de su sucesor, decida hacer algo de sitio y se deshaga de los casos antiguos.
Para entonces, mi nombre ya habrá sido olvidado; pero no escribo para ser recordada. Lo que intento es entenderme a mí misma. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que una mujer que durante tantos años consiguió todo lo que quería pueda ser condenada a muerte por tan poco?
En este momento, repaso mi vida y comprendo que la memoria es un río que siempre corre hacia atrás.
Los recuerdos están plagados de caprichos, de imágenes de cosas que hemos vivido y que todavía nos pueden afectar mediante cualquier pequeño detalle, mediante algún ruido insignificante. Un olor a pan sube hasta mi celda y me vienen a la memoria los días en que caminaba libre por los cafés; eso me hace más daño que el miedo a la muerte y que la soledad que siento.
Los recuerdos nos acercan a un demonio llamado Melancolía; ¡oh, demonio cruel del que no puedo escapar…! Oír a una prisionera cantar, recibir una carta de admiradores que nunca me regalaron rosas ni jazmines, recordar alguna anécdota en una determinada ciudad que en aquel momento me pasó totalmente desapercibida y que ahora es todo cuanto me queda de este o de aquel país que visité…
Los recuerdos siempre vencen y, con ellos, aparecen demonios aún más aterradores que la Melancolía: los remordimientos, mis únicos compañeros de celda, salvo cuando las monjas deciden entrar y charlar un rato. No hablan de Dios ni me condenan por eso que la sociedad llama «pecados de la carne». Generalmente dicen una o dos palabras y de mi boca emanan recuerdos, como si quisiera retroceder en el tiempo, buceando en este río que corre hacia atrás.
Una de ellas me preguntó:
—Si Dios te diese otra oportunidad, ¿te comportarías de modo diferente?
Contesté que sí, pero realmente no lo sé. Todo lo que sé es que mi corazón es hoy una ciudad fantasma, habitada por pasiones, entusiasmo, soledad, vergüenza, orgullo, alevosía, tristeza. No puedo desprenderme de nada de eso, ni cuando siento pena de mí misma y lloro en silencio.
Soy una mujer nacida en una época equivocada y nada podrá cambiarlo. No sé si en el futuro se me recordará, pero si así fuera, que nadie me vea como a una víctima, sino como a alguien que nunca dejó de luchar con valentía y pagó el precio que le tocó pagar.
Espero vuestros comentarios y opiniones.
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