La Diputada salió publicada el pasado día 21 de febrero y nos cuenta la historia de Macarena, una mujer al filo de los cuarenta que, tras una trayectoria fulgurante en la empresa privada, entra en la política en las filas de un nuevo partido, donde pronto se convierte en la mano derecha de su secretario general. Elegida diputada, asume sus responsabilidades con una firmeza y dedicación que enseguida le pasan factura en su vida privada y procuran muchos y peligrosos enemigos.
La crisis estalla cuando la prensa publica un turbio asunto que salpica a su familia y se hace eco de los rumores que apuntan a que su marido se ha valido del cargo que ella ostenta para sus negocios. A partir de ese momento, con su matrimonio a la deriva y puesta en tela de juicio por sus correligionarios, Macarena se enfrentará a la cara más amarga de la política y al linchamiento mediático. Una batalla de la que es imposible salir indemne.
¿Hasta qué punto somos capaces de sacrificarnos por nuestros ideales?
Fragmento de la novela:
1
Las mujeres son la mayor reserva de talento
sin explotar en el mundo.
HILLARY CLINTON
Aquella masa nubosa, densa e infinita, parecía haberse colado por alguna suerte de rendija dentro de su cabeza. Tanto daba que mirase por la ventanilla del avión como que cerrase los ojos, su visión era la misma, niebla, humo, confusión…, caos.
Por primera vez en su vida se sentía sin recursos. Si la campaña de desprestigio a la que estaba siendo sometida desde hacía semanas hubiera estado focalizada sobre ella en exclusiva, otro gallo estaría cantando en aquel momento. Pero la ruindad de sus adversarios había escogido a su marido como chivo expiatorio, manchando su honorabilidad como profesional y como persona. Los autores del escarnio de sobra sabían que la herida infligida sería más lacerante. Tal vez había cometido pecado de ingenuidad, pero nunca pensó que los acosadores cumplirían sus amenazas y, mucho menos, que la orden se consumaría con aquel exceso de celo por parte de los medios de comunicación, brazos ejecutores implacables al servicio del poder y del dinero. Tenía que sobreponerse, pero la prensa no le daba tregua. Cada día un nuevo capítulo del culebrón. Informaciones falsas, tendenciosas, malintencionadas, infundios y calumnias que habían conseguido hacer mella en su probada entereza. La integridad de Roberto, su marido, en entredicho y salpicada de escándalo la firma de abogados a la que pertenecía desde hacía más de quince años. «Difama, que algo queda», dice el proverbio y, en una España donde la corrupción y la deshonestidad se habían convertido en el pan nuestro de cada día, el juicio paralelo de algunos medios sin escrúpulos se revelaba tan destructivo como la bomba atómica. Instalados en el contrasentido, lo que tocaba, paradójicamente, era demostrar la inocencia.
Pero el partido político en el que militaba la diputada se manifestaba partidario de dejar pasar la tormenta sin actuar. De ningún modo parecía aconsejable iniciar una guerra estéril que desviara la atención de la ciudadanía en tan trascendental momento. Al enemigo ni agua, y una respuesta mal calculada podía acabar beneficiando a los liberales, el partido en el poder, que pese a haber obtenido de nuevo los mejores resultados electorales, el rompecabezas de alianzas y coaliciones le iba a dejar finalmente sin opciones de gobierno. El momento era histórico y la encrucijada de difícil solución. El calendario avanzaba inexorable hacia el final de un plazo que, de consumirse sin acuerdos, llevaría aparejada la celebración de nuevas elecciones generales. Eran semanas decisivas para materializar unos pactos que despejaran el camino hacia la formación de gobierno, además de evitar que un Ejecutivo en funciones firmase en solitario acuerdos internacionales de importancia capital para el futuro de Europa.
Macarena Barrios se hallaba bloqueada. Y si alguien era inmune al bloqueo, esa era ella. Sus compañeros de partido lo destacaban siempre como una de sus virtudes, y la invocaban, si la situación se encasquillaba, como el último de los recursos: «Si Maca no es capaz de desbloquear el tema, estamos jodidos». Era una negociadora hábil y convincente. La política y las relaciones internacionales parecían formar parte de su ADN. Por ello, durante un tiempo, acarició la opción de dedicarse a la diplomacia. Había nacido para ello. En ese terreno se movía como pez en el agua. Hasta que conoció a Roberto y se casó con él. Entonces comprendió que lo de dar tumbos por el mundo no conjugaba bien con el proyecto de familia tradicional que de mutuo acuerdo habían diseñado. Asimismo, Roberto había hecho hincapié en la necesidad de establecer unas normas básicas de convivencia, para que la vida familiar no se resintiera. En eso siempre había sido muy estricto.
Él estaba muy afectado. Todo aquello era maquiavélico. El consejo de administración del bufete le había llamado a capítulo para pedirle explicaciones. Algo completamente inusual. La sospecha planeaba sobre él y sobre la firma, que nunca antes se había visto mezclada en ninguna clase de escándalo. Ahora, el nombre del despacho aparecía en todos los medios de comunicación y, desde hacía días, una tormenta de informaciones, cuando menos poco rigurosas, se trasladaban con insidia a la opinión pública como dardos emponzoñados. Nada más cierto que Záttara & Sartorius se había llevado el gato al agua en el asunto de la refinanciación de la deuda municipal del consistorio madrileño, pero la firma había cumplido en todo momento con las especificaciones requeridas para hacerse con la operación. Según las informaciones citadas, la esposa del abogado, la flamante diputada Macarena Barrios, podría haber incurrido en un delito de tráfico de influencias durante el proceso de adjudicación, al solicitar trato de favor a sus correligionarios en el ayuntamiento de la capital, recién aterrizados en la corporación local.
Ni Macarena ni Roberto habían pegado ojo en toda la noche. Y ahora, después de que la azafata recorriera los pasillos empujando el carrito de la prensa con su fotografía bien visible en todas las portadas, de nuevo había perdido la esperanza de dar una cabezada durante el vuelo. Podía adivinar, sin dificultad, el contenido de los cuchicheos entre los miembros de la tripulación y percibía, con cierta incomodidad, la mirada inquisitiva de los pasajeros más cercanos. No pensaba leer nada de toda aquella basura. Necesitaba mantener la cabeza despejada para afrontar las decisivas reuniones en las que participaría a lo largo de las siguientes veinticuatro horas.
Jorge Espinosa, diputado liberal y compañero de comisión de Macarena, que viajaba junto a ella, intentó tranquilizarla, consciente de la delicada encrucijada a la que se enfrentaba.
—¿Sabes lo que creo, Maca? —se adelantó Espinosa, iniciando la conversación—. Pues que todo esto es una campaña perversa para desacreditaros a ti y a tu partido. La valoración política de los moderados en las encuestas es francamente buena y os adjudican una cuota de identificación con los electores nada despreciable. Sois los únicos que habéis salido reforzados después de las elecciones de diciembre.
—Muy bien, Jorge. ¿Y qué me quieres decir? ¿Que nuestra aparente ventaja es condición suficiente para cargarnos el fair play y pasar a la estrategia del Juego de tronos en que se ha convertido la política española? Y la prensa colaborando en la difusión de calumnias…
—Aquí se cita a Continental Press como origen de la noticia —dijo el diputado Espinosa, pasando con rapidez las páginas del periódico que acababa de coger—. No me suena de nada.
—Porque es una agencia de medio pelo, aunque necesariamente ha de contar con un reportero encargado del tema con órdenes muy explícitas sobre la línea editorial a seguir —aclaró la diputada—. Te advierto una cosa, Jorge. En cuanto regrese a Madrid, me pondré manos a la obra para desenmascarar a los autores y no pararé hasta que averigüe quién está detrás de esta sucia operación. Esto es entre mis enemigos y yo.
—Pues te deseo suerte —exclamó Jorge con poco convencimiento.
No podía evitarlo. Macarena Barrios se sentía vilipendiada por los otros y abandonada por los suyos, cuando la experiencia había demostrado tantas veces que estas campañas de intoxicación acaban por sembrar desconfianza, extendiendo sus negativas consecuencias a toda la organización. A pesar de ello, ¿nadie iba a romper una lanza en su favor? ¿De verdad que su partido permitiría impasible aquella vil maniobra? Ni siquiera su secretario general parecía reaccionar. El día anterior, con la cabeza claramente en otra cosa, Fernando Carretero se limitó a abrazarla con fuerza, mientras le susurraba al oído: «Aguanta, Maca».
Efectivamente, todos parecían estar demasiado ocupados intentando resolver la cuadratura de un círculo que les permitiera formar parte del futuro Gobierno y rentabilizar el apoyo de una ciudadanía que, harta del bipartidismo y sus vicios de gestión, había depositado su confianza en opciones alternativas. Savia fresca para tiempos nuevos. Pero, a pesar el hito histórico que la representación parlamentaria obtenida por su partido suponía, a nadie se le escapaba la complejidad del puzle político surgido de las urnas.
De repente, una oleada de calor ascendió como un tsunami por su columna vertebral hasta empaparle el cuero cabelludo, y una sensación de agobio acabó por oprimirle el pecho. Nunca había sufrido fobia a volar, pero los aviones le producían una desagradable sensación claustrofóbica, que propiciaba un imperioso deseo de llegar a destino desde el mismo momento del despegue. Para colmo, las turbulencias aumentaron en intensidad y su cerebro, por una inexplicable empatía, comenzó a traquetear igualmente en el interior del cráneo.
—Jorge, déjame salir. Necesito ir al baño.
—No puedes, Maca. ¿Es que no ves que aún está encendida la señal luminosa del cinturón de seguridad? ¿Quieres calmarte, por favor? —exclamó el aludido, alarmado por la palidez de su compañera—. Si te digo la verdad, he repasado la prensa de cabo a rabo y opino que todo esto es un sinsentido. Créeme. En unos días habrá pasado el temporal y no descartes que, a la larga, hasta acabe beneficiándoos a ti y a tu partido.
Poco a poco Macarena iba recuperando el control.
—Eso díselo a Roberto…, ya verás qué risa le da. Esta mañana, tan solo en el rato del desayuno, ya había recibido más de veinte WhatsApp con fotos de las portadas de los diarios acompañadas de una cuidada selección de comentarios machistas.
—No me jodas. Panda de trogloditas…
—Sí. Una delicia. Al final, se ha quedado en casa. No se sentía con fuerzas para afrontar otra jornada de risitas y chismorreos. No sé, parece como si se hubiera dado por vencido, y él nunca se achanta ante los ataques ni los abusos —explicó Macarena con los ojos húmedos—. Me siento fatal, Jorge. Y, encima, he dejado a Carlos con fiebre alta y diarrea. ¡Pobre hijo mío! Pilla todos los virus que flotan en el espacio aéreo del colegio.
—Pero si tú siempre dices que es muy fuerte… —añadió Jorge sorprendido.
—Y lo es, pero en sentido emocional. Siempre estuvo en desventaja física con su hermano gemelo. Nació más pequeño y con poco peso y precisó incubadora durante tres semanas largas. Esa inferioridad con respecto a Lucas continúa patente, a pesar de haber cumplido cinco años. Es flacucho y enfermizo y siempre está por debajo del percentil propio de su edad, pero en agudeza y fuerza de voluntad le da cien vueltas a su hermano. Siempre lo pasó peor y está tan acostumbrado al autocontrol y al sufrimiento que su resignación y su madurez no corresponden a los pocos años que tiene. Le explicas las cosas y el niño se conforma y se porta como un héroe. Sin embargo, cuando es Lucas el que se pone enfermo, prepárate, porque arderá Troya.
—¿Y no crees que Carlos se parece a ti?
—Eso dice su padre. Es duro y aguerrido como el pedernal. En cuanto aterricemos en Bruselas, llamaré a casa a ver cómo sigue —dijo la diputada, bajando la mirada hacia su móvil.
—Ya verás qué pronto se recupera. Los niños siempre nos sorprenden…
—No sabes cómo te agradezco que me escuches, Jorge. Estoy sometida a mucha presión y me alivia desahogarme.
—Lo comprendo.
—Y volviendo al tema. ¿Tú no crees que a la dirección de mi partido este folletín le viene que ni hecho a medida en un momento tan crucial? Ya sé que no debería comentar contigo nada de esto, al fin y al cabo, soy tu oposición, pero intuyo que puedo confiar en ti.
—Se agradece la franqueza.
—Y, encima, fíjate cómo es la gente… Algunos compañeros no se han cortado un pelo en vaticinar que, dadas las circunstancias, mi matrimonio sufrirá daños irreparables después de esto. ¡Animando, sabes…!
Haciendo gala de su flema británica por parte de madre, Jorge Espinosa se mostraba paciente y comprensivo. Delgado y enjuto, su rostro de rasgos becquerianos irradiaba sosiego, y Macarena lo sentía cercano como nunca.
—Ni caso. Pero si lo que pretendes es trasladarme tus sospechas acerca de conspiraciones y contubernios, en eso no puedo darte la razón. Tú sabías que esto podía pasar. Te lo advirtieron, pero te empeñaste en protagonizar tus particulares Juegos del hambre y ahí tienes el resultado. Si quieres un consejo, en política lo mejor es aprender cuanto antes a nadar y guardar la ropa.
—Imagino que te estás refiriendo a mi defensa a ultranza de la posición que, a juicio de los moderados, Europa debe adoptar respecto del tema de los refugiados.
—Exacto. Te has creado muchos enemigos.
—Y, según tú, ¿qué se supone que tenía que haber hecho? ¿Ceder a las pretensiones del sector más reaccionario y carca de la comisión? Yo soy la presidenta y me limité a ejercer mi voto particular, pero si hubiera llegado el caso, habría utilizado igualmente el de calidad, del que también dispongo, como muy bien sabes. Cualquier estrategia permitida por la ley, con tal de minar los apoyos a unos acuerdos que, como mínimo, calificaría de inmorales y torticeros. Esta es la violación más flagrante del espíritu de solidaridad con el que nació la Unión Europea desde el comienzo de su andadura. Si Robert Schuman levantara la cabeza…
—Aprended de nosotros. Abstención. —Y Jorge Espinosa hizo señas a su compañera para que bajara el tono de voz, que comenzaba a manifestarse demasiado elevado.
—Eso. Neutrales, como los suizos.
—Y supongo que eres consciente de que el sector más proturco del Parlamento Europeo hará lo posible para que tú y los eurodiputados que rechazáis el acuerdo intervengáis lo menos posible en el pleno y en el seno de la comisión.
—Eso ya lo veremos… Además, votar, hay que votar en cualquier caso. Y, al final, la suma es lo que cuenta.
La conversación le ayudaba a superar el cansancio infinito que le producía la lucha contra los elementos en la que su vida se había convertido durante las últimas semanas. Mientras hablaba, se autopersuadía de que, más pronto que tarde, recuperaría la fortaleza perdida momentáneamente.
—Supongo que no podré convencerte…
—No tengo nada que perder ni nada que ocultar, Jorge. Estoy dispuesta a llegar hasta el final. No he sido yo la que ha empezado esta guerra. Que nadie lo olvide: solo he perdido la primera batalla, pero la contienda será larga.
Finalmente, un mar infinito de nubes algodonosas quedaba por debajo de la aeronave y un cielo raso azul aciano se extendía sin confín divisable, mientras la mente de Macarena, por idéntico procedimiento mimético, también se empezaba a despejar.
… Había regresado la luchadora que llevaba dentro.
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