- ISBN: 978-8408163183
El pasado 3 noviembre salió a la venta El Asesinato de Sócrates de Marcos Chicot, Finalista Premio Planeta 2016.
Marcos Chicot tiene en su haber tres novelas publicadas: El asesinato de Pitágoras, La Hermandad y Diario de Gordon. A lo largo de su carrera literaria ha ganado el Premio de Novela Francisco Umbral, el Premio Rotary Internacional de Novela, y con El asesinato de Pitágoras ha obtenido el Premio per la Cultura Mediterranea 2015 a la mejor novela publicada en Italia.
La novela nos sitúa en Grecia en el siglo v a. C. Un oscuro oráculo vaticina la muerte de Sócrates. Un recién nacido es condenado a morir por su propio padre. Una guerra encarnizada entre Atenas y Esparta desangra Grecia.
El asesinato de Sócrates recrea magistralmente la época más extraordinaria de nuestra historia. Madres que luchan por sus hijos, amores imposibles y soldados tratando de sobrevivir se entrelazan de un modo fascinante con los gobernantes, artistas y pensadores que convirtieron Grecia en la cuna de nuestra civilización. A lo largo de las páginas de esta absorbente novela, brilla con luz propia la figura inigualable de Sócrates, el hombre cuya vida y muerte nos inspiran desde hace siglos, el filósofo que marca un antes y un después en la historia de la humanidad.
Así empieza esta novela:
Capítulo 1
Esparta, 437 a. C.
Deyanira respiró con rapidez varias veces, tratando de reunir algo de fuerza en medio de aquel dolor inmisericorde. Olía a sudor y sangre. Hinchó los pulmones, elevando su pecho desnudo, y empujó de nuevo para que el bebé avanzara a través de sus entrañas.
—Vas bien.
El esfuerzo la hizo gruñir mientras miraba entre sus piernas abiertas a la mujer que tenía delante, sentada con expresión ceñuda a los pies de su lecho. Desplazó la mirada hacia la otra mujer que había en la alcoba. En una mano sostenía unos trapos limpios y con la otra acercaba una lámpara de aceite para que la partera hiciese su trabajo. Los ojos de la mujer rehuyeron los suyos.
Deyanira se dejó caer jadeando sobre el colchón de lana, empapado con sus fluidos, y su vista se perdió en las penumbras del techo.
«Protege a mi hijo, Ártemis Ortia, no dejes que le pase nada.»
Aunque había visto mucha sangre, el parto estaba siendo más rápido que el primero. Habían transcurrido cuatro años, pero nunca olvidaría la resistencia del robusto Calícrates a abandonar su interior, como si se agarrara a sus tripas con sus manos regordetas. También recordaba la emoción que en aquel parto se respiraba a su alrededor, una alerta inquieta pero también alegre por asistir al milagro de dar a luz. En aquella ocasión, en algún lugar de su casa aguardaba orgulloso su marido Euxeno.
«Mi difunto marido», se dijo con amargura.
Cerró los ojos, deseando poder hacer que su hijo se quedara dentro de ella. Su cuerpo le indicó que tenía que seguir apretando, se irguió y al empujar notó que el bebé se deslizaba, un pez inocente abandonando sus aguas cálidas.
La partera terminó de extraer al niño y los ojos grises de Deyanira se llenaron de lágrimas.
«Ya no podré protegerte.»
El bebé lloró débilmente, apenas una queja. Sus brazos tiritaban mientras la comadrona lo limpiaba y lo envolvía en una tela limpia. La ausencia de emoción en el rostro de la mujer llenaba de angustia el corazón de Deyanira, que alzó una mano hacia su hijo.
La partera hizo un gesto a la otra mujer para que se ocupara de Deyanira y se giró hacia la puerta con el bebé en brazos.
—¡No! —Deyanira intentó incorporarse en vano, había perdido demasiada sangre—. ¡Déjame verlo, déjame tocarlo!
La mujer se detuvo. La miró y se volvió de nuevo hacia la puerta abierta. Sacudiendo la cabeza, se acercó a la cama y dejó al bebé en el pecho sudoroso de Deyanira, que se apresuró a besarlo.
—Mi hijo. Mi bebé…
El niño sacó una manita y la apoyó en la piel mojada de su madre. Su cabeza se movió hacia ambos lados como si olfateara con torpeza. Deyanira rozó con el dorso de un dedo su pequeña mandíbula y el recién nacido separó los párpados. Sus ojos eran grises como los de su madre, pero tan claros que parecían transparentes.
Deyanira lo contempló extasiada.
—Lo siento. —Los dedos de la partera envolvieron a su hijo y lo apartaron.
—No. —Deyanira mantuvo las manos alrededor de él, pero tuvo miedo de hacerle daño y cedió—. ¡No! —La partera
le dio la espalda y se alejó—. ¡Decidle que es su hijo!
La mujer cruzó la puerta y desapareció de su vista.
—¡Decidle que es su hijo!
Intentó ponerse de pie y el mundo se convirtió en negrura. Notó que su cabeza golpeaba contra el suelo de tierra.
Tomó aire y trató de gritar mientras se desvanecía.
—¡Es tu hijo, Aristón!… Es tu hijo…
El rey Arquidamo cogió la copa de vino por ambas asas y la levantó. Era una vasija ancha y chata, de pie largo y decorada con sencillos dibujos geométricos. El olor dulce impregnó su olfato mientras se mojaba los labios y observaba con disimulo a su sobrino Aristón.
«¿Qué responsabilidad tendré que asumir ante los dioses? », se preguntó con inquietud.
Él era uno de los dos reyes que gobernaban conjuntamente Esparta. También formaba parte del Consejo de Ancianos, un órgano de poder con treinta miembros: los dos monarcas más veintiocho espartanos mayores de sesenta años pertenecientes a las mejores familias.
En ese momento, su sobrino Aristón estaba sirviendo vino a uno de los ancianos del Consejo. Arquidamo no consiguió leer en su expresión pétrea, mientras le veía hacer una ligera inclinación de cabeza y pasar a atender al siguiente anciano.
«Aún no ha cumplido los veinticinco años, pero ya está casado y a punto de tener un hijo.»
Los espartanos realizaban el servicio militar entre los veinte y los treinta años. Desde los veinte podían dejarse crecer el pelo y participar de las comidas comunales con el resto de los espartanos, pero hasta los treinta no podían contraer matrimonio. En el caso de su sobrino, se había hecho una excepción porque su hermano Euxeno había muerto sin otros parientes varones y dejando esposa y un hijo. Aristón había heredado su casa y sus tierras, se había casado con su viuda y se había hecho cargo de Calícrates, su hijo de cuatro años. […]
Espero vuestros comentarios y opiniones.
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