Hoy 4 de mayo sale publicada El Color del Silencio, la última novela de Elia Barceló. Una novela que lo tiene todo. Un mujer fuerte, una historia maravillosamente elaborada, una ambientación sorprendente, un misterio vinculado a uno de los episodios más oscuros de la historia de España, un secreto de familia.
16 de julio de 1936, Islas Canarias.
Un asesinato desencadena el golpe de Estado de Franco y el inicio de la Guerra Civil española.
20 de julio de 1969, Rabat, Marruecos.
Una familia celebra el aterrizaje en la Luna en el jardín de una antigua mansión. Un asesinato tendrá lugar esa misma noche, destrozando el destino de la familia.
Madrid, época actual.
Helena Guerrero es una artista de renombre internacional, conocida por las sombras que invaden sus cuadros y que, aparentemente, reflejan un misterio de su pasado que nadie ha sabido nunca explicar.
Ahora, después de muchos años viviendo en el extranjero, en Adelaida, Australia, tres sucesos conspiran para traerla de vuelta a Madrid, tres episodios que reconfigurarán su pasado y su futuro: una terapia psicológica llamada «constelación», una boda en su familia y un correo electrónico de su distanciado cuñado le darán las pistas para descubrir qué sucedió realmente con su hermana Alicia, en 1969.
Junto con Carlos, su pareja actual, Helena irá en búsqueda de respuestas a las terribles preguntas que la han acechado durante toda su vida. Viajará a Rabat, a la antigua mansión de su familia, La Mora, y se adentrará de nuevo en los frondosos jardines que han resguardado, durante años, con recelo, un oscuro y silencioso secreto familiar, el mismo secreto que parecía hablar, desde hace mucho tiempo, a través del color y de las sombras de sus cuadros.
Fragmento de la novela:
1
Australia. Época actual
Había pasado mala noche, revolviéndose en la cama, despertando brevemente, angustiada, para volver a caer en unos sueños inquietos que no llegaban a ser pesadillas y ya no recordaba pero que le habían dejado una sensación de miedo difuso, una vaga inquietud, como si las sombras que siempre la habían acompañado y que ella llevaba toda la vida exorcizando a través de sus lienzos, estuvieran a punto de encarnarse, salir de la oscuridad y atacarla a plena luz hasta devorarla por completo.
No tendría que haberse dejado convencer. Si se hubiera negado, ahora se habría despertado en su propia cama, en su propia casa y, podría meterse en su taller y seguir con el cuadro que había empezado la semana anterior. Sin embargo, aquí estaba, en un hotel de Sídney, a apenas una hora de entrar en un ambiente que le resultaba desasosegante y extraño, en busca de algo probablemente inalcanzable que de todas maneras reabriría muchas de las heridas que con tanto mimo había ido cuidando hasta que se habían convertido en retorcidos costurones del alma, ocultos a casi todos.
«¿Por qué te empeñas en hurgar en el pasado, Helena?- se preguntó mirando su reflejo en el gran espejo del tocador-. A tu edad y con tu experiencia deberías saber que el pasado no se puede cambiar, que ni siquiera se puede comprender, que la mayor parte de las cosas que sucedieron se han desdibujado hasta el punto de que ni tú misma sabes si fueron como las recuerdas o si, con el tiempo y la narración, han ido cambiando sutilmente hasta acabar convertidas en otra cosa, en otra historia que es la que has elegido contar a base de omitir detalles, de resumir, de tratar de dar coherencia a lo que sucedió.» Esa curiosa manía de los seres humanos de buscar el sentido de las cosas, ese impulso que nos hace ver figuras en las nubes de verano, en las manchas en el techo de una habitación, en las grietas de las paredes, hasta en la superficie de la luna. Pareidolia, se llama.
El mismo impulso que nos hace creer que nuestra vida es un todo coherente, que tiene sentido, que todo lo que nos sucedió sirvió para algo positivo, algo que no tendríamos si no hubiéramos pasado por todos esos momentos de dolor, de sacrificio, de fracaso, de renuncia.
«¿Serías lo que ahora eres si no hubiera sucedido nada aquella noche de 1969? Si Alicia no hubiera muerto, te habrías limitado a ser la tercera socia en la empresa, a ocuparte de la administración, a pintar solo como hobby, en los ratos libres. Si no hubiera muerto, no habrías salido huyendo despavorida, no te habrías casado con Íñigo, ni habrías tenido un hijo por casualidad, ni los habrías abandonado a todos para lanzarte a la vida de artista que te llevó a recorrer el mundo en los años setenta, una más de los miles de drifters que pululaban por Asia buscando algo que Asia no podía darles porque no estaba dentro de ellos. […]
Espero vuestros comentarios y opiniones.
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