- ISBN: 978-8467048391
El amor en el jardín de las fieras llegó este 20 de septiembre a nuestras librerías, la nueva novela histórica de Slava Galán . Aquí os presento la sinopsis y los detalles de una historia real que nos llevará a conocer uno de los episodios más desconocidos del nazismo, una historia de amistad y amor recuperando la búsqueda de los orígenes de la raza aria en España.
Octubre de 1940: durante la visita de Himmler a España, una bella mujer perteneciente a la agencia racial Ahnenerbe, que lo acompaña, descubre entre los trabajadores forzados de una excavación arqueológica a un obrero rubio, Herminio Cáiser: un joven de ojos azules y magnífica constitución que podría demostrar la pervivencia en España de una cepa pura de la raza aria.
La organización Ahnenerbe lleva al joven a Berlín y lo hace objeto de una serie de estudios que confirman que es un ario perfecto. Reclutado en una casa-cuna nazi, se deja utilizar como semental a cambio de un trato favorable para su padre, internado en una cárcel franquista por su pasado republicano.
Cáiser hace amistades en Berlín; entre ellas, los corresponsales de prensa españoles y otros jóvenes funcionarios del círculo diplomático. También se reencuentra con un diplomático soviético con el que trabó amistad años atrás, cuando fueron compañeros de armas en la batalla de Madrid. Esta relación reanudada y los amores de Cáiser con una obrera judía serán el detonante de acontecimientos inesperados.
El amor en el jardín de las fieras es un canto al amor y a la amistad con el trasfondo histórico minuciosamente reconstruido por el autor de uno de los episodios más desconocidos del nazismo.
Uno de los capítulos de la novela:
Capítulo 2
UNA VISITA INTESPECTIVA
Cáiser abrió los ojos. Lo habían despertado unos golpes en la ventana y una voz que pronunciaba su nombre.
—¿Quién es? —preguntó dubitativo, todavía inseguro de si lo había soñado.
—Soy yo, José —confirmó la voz—. Que nos ha salido un trabajo.
—¿Con estas aguas y a estas horas?
—Con estas aguas, ya ves.
—Aguarda, que te abro.
Llevaba una semana lloviendo, día y noche, como si el Altísimo hubiera escuchado las quejas del caudillo por la sequía que aquejaba a la Nueva España. Con los campos anegados y los caminos convertidos en lodazales, la actividad agrícola se había interrumpido y el tejar donde Cáiser y José trabajaban había suspendido las labores hasta que escampara.
Ya despabilado, Cáiser encendió una cerilla y prendió la palmatoria de la mesita de noche. A la débil luz saltó de la cama y se metió los pantalones de pana sobre el remendado pijama. Su madre, que dormía a su lado, terminó de despertarse.
—¿Qué pasa, hijo?
—Nada, madre. Es José. Que por lo visto nos ha salido un trabajo.
—¿A estas horas? Pero si es de noche.
—Cualquier hora es buena, madre. Se habrá anegado alguna casa o vaya usted a saber.
Cáiser terminó de vestirse con un jersey de lana gorda que ya contenía la camisa y la camiseta. La habilidad de quitarse y ponerse todo, en una pieza, se la debía Cáiser a su paso por las trincheras. Al contrario de otros hábitos adquiridos en aquella etapa de su vida, seguía encontrándolo útil.
Cáiser y su madre habían conocido tiempos mejores, pero eso fue antes de que la guerra los despojara de todo.
Cáiser esquivó el cubo de latón que en medio del cuarto recogía el agua de una gotera. Abrió la puerta. José, con un aparatoso poncho de hule, entró en la cocina, se destocó y sacudió el agua que chorreaba del empapado sombrero de fieltro.
—¡Vaya diluvio! —exclamó—. Bueno, ponte el capote que nos vamos. El alcalde de Riaza necesita gente para una urgencia. Pagan diez pesetas al día y mantenidos. Ha preguntado si había rubios en el pueblo y cuando le he dicho que yo conocía a uno, me ha mandado a buscarte.
—¿Rubios? ¿Y para qué quieren rubios.
—Eso pregúntaselo a él. A lo mejor van a hacer una película.
La anciana madre de Cáiser salió del dormitorio con una toca de lana gorda sobre el camisón.
—¿Qué pasa, Pepe, hijo? —preguntó—. ¿A qué vienen estas urgencias?
—Trabajo, doña Elvira. Que parece que nos vamos a ganar unas pesetas.
—¿Con estas aguas?
—Será bajo techado, digo yo.
Cáiser se calzó unas remendadas botas militares.
—¿Os caliento una sopa de ajo que sobró de la cena? —ofreció Doña Elvira.
—Tú te vuelves a la cama, madre, que nosotros ya nos arreglaremos —dijo Cáiser abrochándose la pelliza—. Me llevo el paraguas.
Los dos hombres salieron al aguacero. Un relámpago iluminó una calle jalonada de casillas miserables. Entre las veladuras de la lluvia se atisbaba, en la plazuela del fondo, la luz ambarina de los faros de un camión y la de algunas linternas. Se percibían voces. Más de una docena de obreros recogidos en pueblos y pedanías del entorno aguardaban bajo la toldilla del vehículo. A falta de armazón que la sostuviera, habían colocado una escalera de mano que mantenía alzada la lona e impedía que el agua se embolsara.
El alcalde y jefe local del Movimiento de Riaza, bajito y robusto, envuelto en una pelliza cruzada que dejaba asomar por el cuello la camisa azul de Falange, las perneras del pantalón embutidas en unas calzas demasiado grandes que le tapaban las rodillas, examinó con interés a Cáiser.
—Este sí que es rubio de verdad. —Aprobó la adquisición—.¡Venga! ¡Al camión, que para luego es tarde! Nos vamos.
Espero vuestros comentarios y opiniones.
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