- ISBN: 978-8408118329
Nos encontramos ante la primera parte de una trilogía sobre el emperador Trajano. En ella el autor nos cuenta la vida de Trajano desde sus primeros años hasta su ascenso como emperador de Roma.
La novela está muy bien documentada nos cuenta los hechos históricos de forma muy amena, rellenando vacíos con ficción que podría ser muy verosímil, lo que nos permite comprender como un hispano pudo llegar a emperador de Roma y como Domiciano pudo estar tantos años al mando del imperio más poderoso del mundo. Los protagonistas y demás personajes están muy bien caracterizados. Se trata de una novela muy recomendada para los amantes de la Novela Histórica.
En la Roma del siglo I d.C. los atemorizados ciudadanos intentan sobrevivir al reinado de Domiciano, un emperador dispuesto siempre a condenar a muerte a cualquiera que pudiera hacerle sombra. En medio de este ambiente se fragua una conspiración para asesinarlo. Un plan complicado y peligroso para todos los implicados, entre los que se encuentran Trajano y Domicia, la emperatriz, pieza clave en esta conspiración. Las principales dificultades se encuentran en burlar la guardia pretoriana. Pero existe un grupo de gladiadores sin nada que perder, que serán los encargados de encontrar la manera de superarla. Trajano, conocido como el primer emperador hispano de la Historia, y por conducir al Imperio romano a su máxima extensión, tubo que sobrevivir al reinado de Tito Flavio Domiciano, un emperador siempre dispuesto a condenar a muerte a cualquiera que destacara en el ejército o en la política.
Y además envenenamientos, combates en la arena, ejecuciones, el último discípulo de Cristo, la erupción de Vesubio, el mito de las amazonas, una gladiadora, nueve emperadores,…, treinta y cinco años de la historia de Roma.
Así empieza nuestra novela:
Moguntiacum, Germania Superior
18 de julio de 96 d. C.,
Dos meses antes del día marcado para el asesinato
del emperador Domiciano
—No se puede matar al emperador de Roma —les respondió Trajano, pero los senadores apretaban los dientes y callaban. Marco Ulpio Trajano, gobernador de Germania, leyó el miedo en el rostro de aquellos senadores y comprendió que la decisión ya estaba tomada. Nada ni nadie podría detenerlos. Caminaban hacia su destrucción, pues la guardia pretoriana era invencible, y Roma entera navegaba a la deriva hacia una guerra civil inexorable, y él estaba en medio y no podía hacer nada. No podía hacer nada.
Trajano los miró fijamente. Sabía que nada de lo que dijera podía importarles más allá de la pregunta que le habían formulado, pero tenía que intentarlo. Al menos debía intentar frenar aquella locura, aunque fuera imposible, pues era evidente que aquellos patricios sólo querían saber de qué lado estaba. Si la conjura fallaba, los senadores eran hombres muertos. Estaban apostando sus vidas, por eso para ellos una guerra civil era sólo un mal menor. No sabían, no entendían, no llevaban años en la frontera como él. Les faltaba perspectiva. Y es que si había algo que Roma no podía permitirse era una nueva guerra civil entre sus legiones. Caminaban sobre el filo de una navaja y ellos, ciegos a los ataques de los germanos, los dacios o los partos, sólo querían saber de qué lado estaba él: si a favor o contra Domiciano. Se olvidaban de todo lo demás, como si no existiera. Pero existía. El mundo se convulsionaba en las fronteras del Imperio, pero ellos estaban aturdidos por el horror que emergía desde el mismísimo palacio del emperador. Entre los unos y los otros, sólo Trajano parecía tener tomada una medida razonable sobre lo que se estaba decidiendo. En el exterior del edificio del praetorium la lluvia de Germania arreciaba con fuerza inclemente. Trajano se sintió solo, infinitamente solo. Al fin, el legatus al mando de las legiones del Rin se levantó y encaró aquellos rostros con la firmeza de quien sabe que lo más importante siempre está por encima de las consideraciones personales.
—Mi familia siempre ha sido leal al emperador. Mi familia siempre ha sido leal a la dinastía Flavia. —Un breve silencio y pronunció sus últimas palabras confundiéndose sus sílabas con el estruendo de un gran trueno—. Seré leal a Domiciano.
Espero vuestra opinión.
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